“Entre todas las regiones del Perú, ninguna como la Amazonía requiere con más urgencia que la anarquía y la “ley de la selva” que allí imperan sean reemplazadas por un orden legal justo y estable que garantice a las comunidades nativas sus derechos y les abra las oportunidades de mejora y progreso que solo el desarrollo económico —es decir la multiplicación de empresas privadas e inversiones nacionales y extranjeras— y la legalidad democrática pueden conseguir” (Victoria Pírrica, Mario Vargas Llosa)
En un reciente artículo, Mario Vargas Llosa se refiere al triunfo obtenido por la derogatoria de los decretos legislativos 1064 y la 1090 como un triunfo pírrico, ya que en realidad estos significan algo así como el desarrollo económico y lo otro, la derogatoria significa el pasado, la tradición, el arcaísmo. Claro, esto no habría sido gratuito, sino que habría sido digitado desde Venezuela.
Claro, ideas similares han sido sostenidas por Vargas Llosa en anteriores oportunidades (por ejemplo Informe Uchuraccay y Utopía Arcaica), muchas veces sin mayor evidencia empírica que sustente lo dicho. Ante todo, lo que hay detrás es un modelo económico que por sí solo y sin mayores modificaciones en lo político (ver post de Stanislao Maldonado criticando esta idea) debe funcionar. En otras palabras no es que el desarrollo por si solo va a llegar desde el cielo, como un regalo a la población amazónica, sino que se requiere algo más.
Es también uno de los problemas de la difusión de las ideas liberales en América Latina, donde, a lo largo de su historia, no se ha evitado una postura normativa detrás de un pensamiento que, siguiendo a Popper, debería ser más bien reflexiva, analítica y orientada a la promoción de las libertades. En América Latina, por el contrario, primero el positivismo y luego el liberalismo muchas veces han replicado la lógica argumental del hacendado/misti que libera al campesino, incapaz este último de darse cuenta de sus capacidades.
Este mismo argumento se encuentra también en el último artículo de Alan García.
Hay aquí algunos problemas, sin embargo. Uno, es el modelo de ciudadano moderno y liberal, detrás de Vargas Llosa y Alan García, el que no funciona. Claramente, se puede ver cómo se configuran diferentes esferas públicas estamentalizadas. En otras palabras, no es lo mismo un diario o una radio de Lima que una radio de Bagua. Los partidos no tienen bases en ningún lado y por lo tanto no van a llevar ni una demanda a ningún Congreso. Termina, por ende, ocurriendo el aparente despropósito de que Pizango, como presidente de AIDESEP, quiera negociar de igual a igual con el presidente de la república (de la otra república, diría un oyente avisado) o, en el peor de los casos, con el presidente del consejo de ministros. François Xavier Guerra se preguntaba justamente sobre cómo en Latinoamérica el modelo de ciudadano liberal surgió de la idea de vecino, de habitante de la ciudad. Es decir, que para ser ciudadano debería primero tener las mismas características y capacidades del vecino:
En cierta manera la nación moderna es concecibda como una vasta ciudad. Por tanto, muchos de los atributos del ciudadano remiten, generalizándolos y abstrayéndolos, a los del vecino. La nacionalidad -pertenencia jurídica a la nación- generaliza el vecinazgo como origen: ser natural de… Las condiciones necesarias pa la posesión de los derechos civiles, especialmente el domicilio, como expresión de la inscripción material en la sociedad, reproducen las antiguas exclusiones de los marginales y los vagabundos – los no “avecindados”-, quienes siguen estando fuera de la sociedad como antes lo estaban de la ciudad. Y las condiciones que suspenden el ejercicio de la ciudadanía remiten a las cualidades morales inseparables de un estatuto privilegiado: a la dignidad y las virtudes (excluyendo a los que han sido objeto de penas “aflictivas o infamantes” o están “procesados civilmente”) y a la capacidad para asumir las cargas scary los deberes colectivos de la comunidad (exclusión de los “quebrados” y de los que no tienen “empleo, oficio o modo de vivir conocido”). (François Xavier Guerra, El soberano y su reino)
Dos, si el modelo de ciudadano falla, evidentemente, los no “avecindados” van a buscar caminos más eficientes para poder encontrar respuesta a sus demandas. Y esto no hay que verlo como una acción fuera del sistema, porque de una forma u otra, usan las reglas existentes o los propios vacíos del sistema. Conceptos tales como ciudadanía, estado, nación se encuentran constantemente no solamente puestos en duda, sino también en continuo cambio y formación. No hay dos estados o dos países en colisión: el arcaico y el moderno, sino uno solo que crece y se desarrolla y encuentra sus propias mecánicas para el diálogo y la búsqueda de acuerdos. Además, el no “avecindado” no va a jugar necesariamente limpio, del mismo modo que el “avecindado” tampoco lo va a hacer.
(Conviene leer también “El poder del nombre”, de Cecilia Méndez. Entre otras cosas, Méndez demuestra la “milagrosa” aparición o invención de la etnia iquichana a inicios del siglo XIX, como “resultado del juego de enfrentamientos y alianzas entre estas comunidades y el Estado”. Irónicamente, Iquicha aparece en el informe Uchuraccay de Mario Vargas Llosa, como una forma de explicar el atavismo de las comunidades de Huanta).
Bienvenidos al desierto de lo real.
Tres, es pues inútil y fatuo hablar de conspiraciones e intervenciones extranjeras. Lo que hay, como hemos visto, es un conjunto de enfrentamientos, alianzas, negociaciones entre las comunidades (que a su vez, se inventan, recrean, reconvierten) y el estado. Podríamos decir que no hay nada más moderno que esto. Más bien, la apelación constante a la conspiración invisibiliza estas tensiones internas que han marcado los casi 200 años de historia republicana y niega que el estado no es otra cosa que un constructo en constante formación y cambio.
En fin, mientras Vargas Llosa y García siguen hablando de victorias pírricas, otros tienen la pelota cada vez más en su cancha. Por lo menos ahora sabemos por dónde van las coincidencias programáticas desde el gobierno. (Es decir, para quiénes está gobernando). Irónico que los artículos de ambos hayan aparecido justo cuando se conmemoran los 40 años de la reforma agraria y se vive un proceso retrógrado de concentración de tierras.
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